lunes, 12 de julio de 2010

Hoy somos campeones del mundo, así que supongo que ella lo estará celebrando...por su parte. Anoche le prometí un poema, mucho antes de saber que acabaría amaneciendo con ella, y muchísimo antes de imaginar que su compañera de piso, ciertamente ligera de sueño, atravesaría como un fantasma el pasillo cubierta apenas por un camisón blanco, camino del baño, en cuanto me arranqué por tangos, bajito, casi susurrándolos, por la ventana abierta, cuando por fin el aire se iba refrescando, y que aquello sería en realidad el principio del fin, del fin, quiero decir, el fin al menos de lo nuesttro, y que sin darme tiempo apenas a  vestirme con la camisa, y que por un motivo que desconozco, tendría que abandonar su apartamento apresuradamente, con no demasiado buenas maneras, como si al descubrirnos su vecina sonámbula, de pronto lo nuestro no terminaría con nosotros haciéndonos por un rato el amor. Le prometí un poema mucho antes de saber todo esto, se lo prometí de hecho al poco de conocernos, en cuanto supe que ella se llama como una vieja canción de rock, y que es una guapa chiquita libra, una chiquita de ojos negros enormes, y un corte de pelo oscuro a lo garÇón, en cuanto se sentó a mi lado, tras un rato mirándonos, para pedir después a sus amigas un poco de discrección, y me invitó a su piso a un petardo, y cogidos del brazo abandonamos la Sala Sol, una sala de conciertos muy conocida, aquí en Madrid, en la que me puedo entrar de gratis, sin pagar. Le prometí un poema, ya digo, en cuanto nos conocimos, ayer mismo. Mucho antes de saber su final. Justo cuando me invitó a nuestra primera copa juntos, recién llegado.